VIOLENCIA ESCOLAR

La violencia escolar es un fenómeno de preocupación mundial cuyo incremento desafía a los gobiernos, al sistema escolar, a las familias y a los propios estudiantes a buscar soluciones. Se observa en los contextos escolares una creciente preocupación por buscar formas de enfrentar la violencia y desarrollar competencias y estrategias para abordar los conflictos en forma pacífica y creativa.


La violencia escolar ha de ser entendida como fenómeno social (Salmivalli, Voeten, & Poskiparta, 2011; Berger 2011; Becerra, Muñoz, & Riquelme, 2015) que involucra a agresores, víctimas y espectadores pasivos o activos (Villalobos-Parada, et al., 2016). Se conforma así, un entramado social que conduce al aprendizaje y reproducción de conductas de maltrato en la escuela, por tanto, no puede ser comprendida desde una perspectiva personal o individual sino desde una mirada relacional y evolutiva.

Las manifestaciones conductuales violentas en el espacio escolar tienen un sentido evolutivo identitario al permitirle a los jóvenes ser vistos, respetados y obedecidos socialmente, respondiendo con ello a la imperiosa necesidad adolescente de ser validado socialmente. La violencia para los niños y jóvenes tiene un carácter simbólico que se relaciona con el reconocimiento y la aceptación por parte de los pares y con la construcción de su identidad. Siendo así, funcionaría entonces en algunos adolescentes como una forma de instaurar una identidad personal permitiendo establecer la frontera personal en relación con los otros (García & Madriaza, 2005). En tal sentido, la violencia puede llegar a constituir una característica altamente admirada en algunos grupos, dado que “las variables de contexto juegan un importante rol para definir qué características son aquellas validadas en un contexto específico” (Berger, 2011, p.365).
La violencia también puede cumplir una función adaptativa dentro de la cultura de pares; en la medida que las normas grupales validen la violencia como una forma de resolver conflictos relacionales con otros. Ser violento sería una herramienta favorable para la integración al grupo permitiendo el perfil social deseado y alcanzando así estatus social (Ortega, 2010; Berger & Rodkin, 2011; Potocnjak, Berger & Tomicic, 2011).

En tal sentido, se debe reconocer la funcionalidad adaptativa que las conductas violentas poseen sin apreciarlas exclusivamente como una forma de maltrato, en el entendido que lo que configura a un acto como violencia entre pares, no es la conducta en sí misma, sino la experiencia de daño y victimización que esta implica (Berger & Rodkin, 2011; Graham & Juvonen, 1998 citado en Potocnjak, Berger & Tomicic, 2011).
Bibliografía: Becerra, S. O., Tapia, C. P., Mena, M. I., & Moncada, J. A. (2020). Convivencia y violencia escolar: tensiones percibidas según actores educativos. Revista Espacios, 41(26), 1–18. https://www.revistaespacios.com
